sábado, 28 de junio de 2008

No quisiste contener la sombra

No quisiste contener la sombra, su espacio creciente, negro, espeso, su avance de seducción lenta y oscura, como un lecho de niebla y de silencio. Y tuve que recorrer con mis manos tu cuerpo recordado, convertido en volumen mudo, rescatado y cubierto, piadosamente, por el sudario explícito de la palabra seca, escrita, diluida. Y fue beber de ti, como de un manantial de tiempo exhausto, de cansancio vencido y envuelto en descuido y flacidez, beber de la laxa sucesión de piel, de la adoración y la ausencia, de la memoria bordada en el tejido huidizo de la tarde.

Qué importa ahora si a tientas busco tu voz, la forma de invadir instantes, el camino. Qué sentido puede ocultar el encuentro, la vibración, el salto. No es sino vacío esta busca. Imposible en cambio evitarla, extraer de la huella el contacto, de la evocación el cuerpo, su evidencia palpable y fructífera. No quisiste. No queda nada.

sábado, 21 de junio de 2008

Bajo tus ojos

Bajo tus ojos, ah, por qué la fuerza
del hierro fértil o la espada herida,
bajo tus ojos, lago oscuro,
por qué el cobijo
de la nieve, por qué de tanta aurora,
como una inmensidad,
la tierra viva
erigida en la sed más cristalina.

Por qué por dentro de tus ojos
gacelas codiciosas
de mimo y sal y viento adormecido,
por qué así giras en mis manos
como barro de luz en esta lucha
cerámica y precisa.


En la vendimia enamorada
de tu cuerpo
recojo de tu voz bruscos alientos
como racimos de llamas, como estrellas.

Por qué memoria de la carne,
por qué la piel y la palabra,
va a ser aquí
por dentro de este tiempo vaciado
que de nuevo en los gemidos
se impregnen de placer,
que nos amemos largamente
encadenadas nuestras manos
en la prisión de bocas y de sexos,
por qué, bajo este nunca de fuego y este siempre,
hasta el silencio
oscuro y eterno de mirarnos.


sábado, 14 de junio de 2008

Inacabable beso

Dejo que las palabras salgan, que se alejen de mí y se acomoden en la frase, encuentren un rincón, un lugar despejado y tibio, desde el que hagan volver su sonido, su camino, lentamente. Como antes me devolvías, sonriéndome, toda el alma que se me escapaba, de los ojos y los labios, al decirte te quiero. Me preguntabas "¿de veras?", esas dos palabras, llenas de mimo y bisbiseo. Me preguntabas, recuerdas, y era la puerta desde la que saltar a la plaza soleada de la sonrisa, al reino extenso y dulce del beso, a su bosque escondido y lleno de rumor y de sombras sabrosas.

Ahora, sin embargo, decirlas en las letras es tan lento, es como tallar a navaja una figura, definir los bordes, los perfiles, las líneas exteriores que van desnudando el volumen preciso, dormido dentro de la madera seca y misteriosa. Es difícil apresar la nube del recuerdo, su masa borrosa y blanquecina, hacer que se pose en los vocablos mudos y precisos. Atrapar el baile quieto que se mueve por dentro cuando te ama, tanto y tantas veces dicho, la persona que amas, su amante voz, sus amantes labios y sus ojos, como heridas de luz que sangran claridad, espacio, dicha. Y sin embargo, es necesario, ah y cómo, volver a recorrer las frases, los silencios, regresar los pasos por los acentos, las interrogaciones, las interrupciones, tocar con los dedos ambiciosos el hueco ausente que la memoria llena de materia viva y fértil, de semilla hacia dentro, de la que brotan, como raíces, flores negras, hermosas, suaves, hacia el reino oscuro de lo hondo y sigiloso.

Un día deshiciste una carta, te desprendiste de ella, medio borradas las palabras por el sudor de tu mano, que las apretaba fuertemente, porque no teníamos derecho, pensabas, a la materia, a lo escrito que permanece, recuerda y fija. Solo a las palabras de alas y de huida, solo a su clandestino vuelo ardiente, entre los labios, antesala y descanso de los besos. Deshiciste esa carta y esto que ahora escribo ya no lo leerás ni tan siquiera, ya no habrá entre nosotros ni aun el rito de la destrucción prudente. Quedará como un esbozo de la extraña y perdida arquitectura de nuestro amor extraviado, su laberinto envuelto en la bruma y el silencio. Otros ojos tal vez, mas no los tuyos, otros ojos quizá salten de letra en letra, de palabra en palabra, y tejan esa danza suave que es el amor de ti, que dentro me va moviendo pasos, gestos, voces, silencios. Que ha salido para vestirse de sonidos callados y mostrar, quizá con ese pequeño mohín, ese gesto tan tuyo al responderte "claro que te quiero", para mostrar, decía, su inacabable beso, su hermosa vida, más allá de los reflejos y las huellas, de la palabra escrita, destruida, no leída. Su inacabable, inacabable beso.

jueves, 12 de junio de 2008

Tuve que regresar desde la hondura

Tuve que regresar desde la hondura
de la humedad rebelde de tu boca,
remontar sin aliento
hasta tu oído
susurrarte engaños,
eternidades, fuegos, tantos nuncas,
el veneno del alma,
la materia huidiza de los sueños.
Tú guiabas la balsa de mis manos
por el oleaje secreto de tu cuerpo,
ascendían
peregrinas
a la memoria eréctil de tus pechos,
zozobraban
dudosas
por el olvido frágil de tu vientre,
fondeaban
golosas
en el recuerdo fértil de tu sexo.
Y de nuevo
la asfixia de besar
hasta el final más hondo y desnacido,
hasta la viva muerte, la bahía
de un infierno de calmas inundadas,
vientos de sombras dulces,
densas y jugosas,
el placer tembloroso, la caída
en la luz celestial de poseernos.

Tan por dentro te duermes



Tan por dentro te duermes de tus ojos,
tan sin hilo es tu sueño un laberinto,
que por fuera de ti no hay sino espera,
extravío, orfandad, vil cautiverio.

Sangre que deshabita los latidos,
boca que bebe solo aliento mudo,
manos que como espejos se detienen
en la quietud ausente de un reflejo.

Qué me queda de tiempo descarnado
que no sea temblor desvanecido,
ansia de espada y sombra, y de despojo.

Una espuma tan frágil de deseo,
un cortejo de nieve y de agonía,
una efigie de viento olvidadizo.



















miércoles, 4 de junio de 2008

Actium

Eres mortal, recuerda. 

Siguen tus ojos,  

entumecidos, 

la peregrina máscara de sangre 

que hunde por fin el sol tras las Columnas

de Heracles. Sobre las aguas

aún adivinas, como espectros,

memorias de los rostros que veían

al caer los soldados moribundos.

Zambullían los brazos extendidos

por atrapar vibrantes espejismos,

cuerpos vacíos fantasmales.

Y entre sueños de triunfos,

tendías tú a los astros esta espada,

‘la victoria es de Roma’

era tu grito,

y tu oído bañaba, imaginado,

el ansiado bramido junto al Tíber, 

–eres mortal, recuerda--

rugidos de la plebe enfebrecida

devorado ya Octavio

por las hambrientas hienas africanas.

Tu misma espada, sí,

la que el destino apresta

a abrirte las entrañas, sostenida

por el fiel Lúculo. A la Reina

la rodean sin duda las Erinias

de su hermano, o de tantos...

Siempre la sangre, cónsul,

se entrevera en la púrpura

y extiende

una marea seca de venganza

que marchita las rosas florecidas...

Un salto, nada más, es un instante apenas.

Mientras el sol recuesta

su cuerpo en la copa en que dormita,

toma impulso, y acaba. Ha de beber Egipto

tu sangre de patricio. A tu recuerdo,

aun tras el abandono de los dioses,

ya no lo alcanzará jamás la muerte.




martes, 3 de junio de 2008

Si tú vuelves





Si tú vuelves,



si no dejas



las horas despobladas



ni las sombras



malheridas,



si regresas



como espuma,



hecha réplica exacta



de tu cuerpo,



si te llegas



hasta la orilla misma



del recuerdo,



si lo tocas



con las manos por fin



iluminadas,



si me acercas



a la boca tus labios



como algas,



si murmuras



el agua de mi nombre



como vino,



si tú vuelves,



y regresas,



y murmuras



mi nombre



sepultado,



no es que beses



sus letras derramadas



solamente,



no es que llenes



de tu voz el olvido



de su cauce,



es que vuelves



a modelar el barro



del silencio,



es que regresas



para soplar la luz



sobre sus alas,



es que inundas



de carne,



de placer



su cuerpo



redivivo,



lázaro de palabra



que camina



por el viento,



despierto



de nuevo,



vuelto,



regresado.