lunes, 28 de abril de 2008

Por qué Bach

Por qué de repente Bach en esta tarde
entre las notas graves de una fuga
que ciegamente surgen
de la liturgia sumergida de un piano,
por qué Bach precisamente
fluye para consolidar esta tristeza
con la nobleza austera de una muerte
sedosamente heroica. Es entonces
en la agonía seca de los ojos
tenazmente abiertos,
rebeldes, si ya fríos,
cuando la música derrama sus oscuros pasos
por el sendero níveo de la tarde
invernalmente muerta:
suavemente
oreada de vientos cristalinos,
de brisas y de flores desdichadas.
Quizá solo es silencio
la bebida posible de los vivos
encadenados
al oleaje oscuro del recuerdo.

Una piedra en la boca

A veces cuaja
una piedra en la boca,
o más interiormente,
en la boca del alma,
una roca
compacta y precisa.
Esta tristeza
que tiene seriedad
de gruta honda,
pozo podrido
y abandono.
Y estalla entonces
en los ojos
un pálpito negro,
o un golpe
bronco
de agua
sucia y verdosa.
La sed de silencio
se hace oscura
y densa,
se agolpa, se ahonda
manchando los minutos
con su agonía espesa,
su flácida sonrisa
de muñeca lacia.
A veces crece
el deseo extenso
de mansedumbre
seca
de no haber nacido,
no sentir, de ser
como una piedra
o una roca
de manos mutiladas
y ojos
vaciados.

miércoles, 23 de abril de 2008

Nausícaa



Te coronaban flores. Y escuchabas,
sonriente, acariciada
por el dócil vaivén del oleaje,
los halagos sedosos de mi boca.


Qué recto brote de palmera
tu cuerpo grácil de princesa;
qué perfume de inciensos escogidos
bordaba tu risa en el perfil del viento.


En palacio supiste
de cíclopes, lotófagos, sirenas.
Nuestros cuerpos
como naves surcaron
el océano oscuro de tu lecho.


Y sonreíste. Te ceñía Afrodita
la frente y el alma de los dones
que prodiga en la fértil primavera.


Sé que en tus sueños
mil veces vuelvo a naufragar en tus orillas,
y mil veces gobierno
por tu cuerpo desnudo
el rumbo dulce y misterioso
de la patria que anhelo para siempre.

lunes, 21 de abril de 2008

Salamina

Sabes que aquí se oyeron

las cuadernas crujir mientras viraban

deseosos de gloria

los trirremes guerreros. Atenea,

la libertad de Grecia, las antiguas tumbas,

los templos destruidos, la venganza,

la sangre que mezclaba

rojiza espuma

a las fervientes olas del divino Egeo.

Tales fueron, adivinas,

los gritos de combate.

No es fácil, sin embargo,

que percibas sus ecos jactanciosos.

Hoy motores arrastran

panzudas sombras de mercantes,

estruendos de sirenas

que mugen como espectros infernales.

Y no es sangre entregada, solo grasa

cuanto exudan titanes oxidados

infestando las aguas

con sus oscuros vómitos temblones.

Eran hombres tan solo que morían,

músculos rotos, heridas devastadas,

cadáveres, qué importa

que fueran vivos

súbditos o ciudadanos,

medos o helenos.

Los rugidos

metálicos y broncos

usurpan el bramido de Poseidón,

--escríbelo, a pesar de todo,

de este modo--,

en cuyas aguas duermen

los héroes de la libertad antigua,

la antigua

libertad de Grecia.





domingo, 20 de abril de 2008

Para sentir tu amor

Para sentir tu amor me basta a veces



el transcurso fluido de las horas.



Recordar que sonríes,



y que siento



como si sobre mí los dioses extendieran



el manto con que a veces



ocultan sus paseos por la tierra.



Porque, si tú me dices que me amas,



en ese instante mismo,



una nube me envuelve entre los hombres



que no alcanzan a oír cómo mis ojos



suavemente navegan por tu cuerpo,



hienden el aire, se deslizan



con el callado aleteo con que Hermes



surca los cielos divinales.



Y nos ciñe un círculo de fuego,



mientras besamos



en las bocas de nieve enardecida



las almas, prisioneras de guirnaldas,



cautivas de perfumes, de aromáticas



sombras que de la infancia a veces vuelven.



No importa si despiertas



al despegar los labios y preguntas



cuánto tiempo nos queda hoy de amarnos.



No importa, porque es eterno todavía



cada momento en que, recuerdas, te abrazaba,



en que sentía



tu amor. Y a mí me basta,



quiero creerlo, sí, es cierto que me basta,



por más que tú hayas regresado,



bajo tu manto etéreo


junto a los bienaventurados Inmortales.















miércoles, 9 de abril de 2008

Placer de amar

Vierten
interminablemente
en la copa
de los besos oscuros
pulpa mi corazón
hambre tu boca,
tinieblas de seda
tus dos ojos,
frutal ansia madura
mis dos labios.
Me duele y me quema
porque muerdes
con el dulce escozor
de tu locura ebria.
Y qué llama tu lengua,
qué cautiva
una lágrima
muerta de alegría
un suspiro
enterrado en el silencio.
Las manos
como gacelas cazadoras
ágiles caricias
extienden
en los cuerpos inquietos
agitados.
En la bruma que nubla
la conciencia
impregnada tan solo
del camino sinuoso de serpientes
que dibuja el deseo,
imploramos
el fin, la luz, placer
de miles de estallidos
como estrellas de miel
que brotan de los sexos.

martes, 8 de abril de 2008

Soledad jugosa

Solo en jugosa soledad del tiempo
que derroto en su oscura intransigencia
baño el instante en labio y en sonrisa,
en recuerdo feraz y sucesivo.

Una copa de nubes que se escancia
en la nieve del alma y su querencia
va espesando el sonido de los vinos,
espumando rojizas plenitudes.

Y se erige en la luz edificada
de tus ojos de almena el estandarte
de la hueste de estrellas empapadas
en la miel luminosa de tu boca.

Y es por ti, luz voraz, por quien asciendo
a la cumbre indomable de los lechos
rebosados de goce y hermosura.

Por quien lanzo mis ojos hacia el viento
en un cauce infinito de miradas,
de vigilias que sueñan con tu cuerpo.

viernes, 4 de abril de 2008

Carta de amor y pérdida

Desde el fondo más íntimo del tiempo, en su hondura suave, remota, desprovista de centro, espacio y orden, la música de tu amor iba durmiendo, toda la eternidad previa a nacer, soñando el despertar en que habría de derramar su armonía secreta, como un ídolo extraviado, una deidad que aún no ha emergido al lugar del credo suficiente, que sin embargo le aguarda, pacientemente, en la casual chispa que nace del encuentro inopinado, seco como una llama, repentino, decisivo. Y es adoración lo que abruptamente crece, se desarrolla, frucitfica al compás del fuego que devora el silencio y lo impregna de calor, de edén que danza en la superficie de los minutos entusiastas, acogedores, sonrientes. Mas después, pasado el ardor, qué hacer con los abandonados objetos de culto, su orfandad, su misteriosa presencia que acumula la pátina del silencio de modo misterioso, lascivo, sordo, provocativo... Oh los ídolos: su concienzuda sombra se proyecta, como un ejército invasor en la memoria; sus uñas negruzcas se nos clavan, hondamente, excavando en la piel valles dolorosos, podríamos decir, valles de lágrimas, donde se pierde la necesaria mansedumbre del instinto. Su destrucción se acerca, su ocaso ensangrentado, rubescente, pero ha de triunfar el tiempo, de nuevo abierto de par en par a los deseos, a la glorificante sensación de respirar el placer puro de la vida, ese licor de seda que se enciende en la garganta, súbito resplandor, llama tejida de placeres movedizos, fecundos y henchidos, de gemidos como llantos, como instantes que rebosan su plenitud humilde y nos llenan de etérea libertad, de roja egolatría... De egolatría o silatría, adoración del tú, de Ti, del absoluto, tan presente aun en ausencia.

Mil Besos de

...

martes, 1 de abril de 2008

Me descarto

Me descarto
de las húmedas caricias de tu lengua
sobre mi vientre,
pues me retas a espadas, al combate
sobre el racimo lleno del placer,
los copiosos granos
cuya rotunda perfección estalla
en la boca del alma;
y al contacto
de tus labios tahúres y sedosos,
la delicia se erige en una abrupta
constelación de flores como estrellas
fabricadas de miel,
de viento y fresca llama.
Y es hermosa
la derrota en que hundes a mi cuerpo,
con tus cartas de oros,
tu sonrisa,
jugadora de triunfos imperiosos,
de goces
invisiblemente vivos
por detrás de mis ojos
ya cautivos
sin fin ni desaliento.