lunes, 3 de septiembre de 2007

Eco

Es plácida la noche de umbrías mansedumbres
que deja neblinosas negruras en el cielo.
Las manos de los vientos reposan en las cumbres
y tiende ya la luna su blanquecino velo.

Mas llega deslizándose el eco de tu boca
por las oscuras auras de dulces agonías.
Como un silbo de rosas dormidas que te invoca
en los altares yertos de ofrendas ahora frías.

Y arden de repente los pétalos resecos
prendidos de tu aliento, jinete de la brisa.
Se espantan las palomas al galopar los ecos:
su vuelo me devuelve la luz de tu sonrisa.

Y nacen en mi alma las venus que te habitan,
aromas exaltados de inciensos lujuriosos,
y mil amaneceres de soles que me quitan
penar, noche, silencio, de antaños desdeñosos.

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