Hay distancias, sonidos,
que trepan por el angosto sur de las heridas.
Marcan su tácita frontera, vierten
la regalada sal de los indultos
que intercambian la muerte y su conciencia.
Y es entonces,
en el momento limpio del recuerdo,
como un corte preciso,
cuando nocturnamente
y silenciosamente
la desolada luz me invade:
los esponsales clandestinos
para la eternidad de los silencios.
Recordarás tal vez la hermosura
de palabras sedientas que teñían
su negro trazo de promesa,
perpetuidad imaginada,
sobre la espalda blanca de la noche.
Y que distan ahora de nosotros,
cicatrices calladas de memoria,
salobremente hundidas en el tiempo
como en un mar de muertes retenidas.
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