sábado, 7 de marzo de 2009

Cada poema

Cada poema: acercarme al secreto, al recuerdo y al espacio que llenas, aun en silencio. Tomar una fotografía de mi mente, de la manera como echabas tus brazos de repente a mi cuello y sonreías. Cada poema, un momento robado a la muerte y al olvido. Sube del verso un perfume de viento y de metal lejano, por el camino en tiniebla del pasado, y es un paso que me devuelve al rumbo y al destino, a toda esa compacta sensación de haber nacido solo para poder mirarte, para escuchar tu voz y besar, después, siempre, tus labios.


Para qué otra cosa, si no, para qué, después del latido enfebrecido, de la carrera para encontrarte arriba, arriba, junto a la boca de metro. Y cada persona al subir la escalera borraba con su gesto ingrato tu imagen deseada, la espera y la esperanza, cada momento vacío y denso, necesitado de muerte y del nacimiento del nuevo instante, que enseguida erige el deseo y la mirada, hacia el vacío, hacia el espacio, usurpado por rostros ajenos, desconocidos, rostros de arena frágil y borrosa. Hasta que tú surgías.


Y entonces, cómo evitar, cómo impedir que las palabras se agolpen y no puedan contenerse sino en la sonrisa, desembocar en un breve hola, qué escaso disimulo para toda esa marea que sube poderosa en apenas llenarse de tus ojos, apenas absorber aún a algunos metros toda la bocanada llena de tu sonrisa y tu saludo. Y apenas en ese entonces ya no hay sino el refugio oscuro de las bocas, el sigiloso canto tácito del beso, ese minuto en que toda la vida se convierte en agonía, en lucha de miel y de niebla, en combate dulce contra el tiempo que parece, que se queda por un momento derrotado.


Cada poema extrae del pozo agua ennegrecida y musgosa, agua muerta, y la vierte sobre recuerdos vivos, para mojar la luz y envolverla dentro del eco siempre equívoco de la palabra, territorio de todos y de nadie. Porque no hay modo de sentir ya sino en la resonancia, en el recinto oscuro y placentero de la memoria, suavemente lleno de la caricia de la voz dormida, del ritmo y del verso. Y sobrenadar la cruel espuma de la vida, su oleaje, meciéndose de retorno y de ocaso.


 

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