Ha prendido, mi amor, toda tu fuerza,
como una llamarada,
en el jazmín callado de mi cuerpo.
Y ha entrado en mi boca,
y me ha quemado
la nieve dulce de tu boca.
¡Ay mi cuerpo de nácar,
ay mi boca de menta y de recuerdo!
Pon tus dedos de viento,
sobre la espalda suave
del silencio,
sobre la piel huidiza,
herida en la memoria de tus besos.
Y ponme en las palabras,
la textura sabrosa del recuerdo,
¡que suban a mis ojos
y dejen el reflejo
de tus ojos, mi amor,
inmensamente abiertos!
¡Ay mi cuerpo de nácar,
ay mi boca de menta y de recuerdo!
Cuánto Miguel Hernández (y un puntito de Lorca, también) en estos versos. Mi enhorabuena.
ResponderEliminarGracias, Octavio. Se te echaba de menos por estas páginas. Ahora me paso por tu barraca. O palacio, as you like. Que no es tanto el nombre como la delicadeza y travesura de los adjetivos lo que hace de tu casa de viento un hogar para el alma vagabunda.
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