domingo, 22 de marzo de 2009

Breves

1


A espada y vino
me sabían tus besos,
densos y vivos.


Sobre las aguas
apacientan tus ojos
sombras y almas.

3


Busco en la tierra
los recuerdos, mojados
de amor y pena.


4


Son tus labios alados
palomas ciegas
que me anidan la boca
de pluma y niebla.


5


Ay, qué regalo:
me decías '¿de veras?'
con qué recato.


 

miércoles, 18 de marzo de 2009

Ave de sal y luz (soneto sin arrimo)

Ave de sal y luz, hielo profundo,
voz ausente y voraz, hebra de fuego,
nombre que por tu cuerpo fructifica
todo su centro calmo y escondido.

Ruina de breve azar ante mis ojos,
sombra de los deseos malheridos,
beso, destello espeso que zozobra,
vuelo, gélido ardor, labio de luna.


Dejo la oscuridad precipitada,
la bocanada nueva de la aurora,
la soledad del viento y su pobreza.

Busco tu piel, las alas de tu boca,
la espesura del tiempo indescifrable,
la cálida extensión de tu gemido.

sábado, 14 de marzo de 2009

Bosques de espuma

He rendido ante ti bosques de espuma,
palacios ávidos de fuego,
extravíos mortales,
regiones invadidas de silencio.


Para ti he recubierto de palabras
las cumbres embriagadas de los besos,
y he fundido su nieve en nuestras bocas.
Ahora pienso


tu nombre: es de noche y se derrama
la sombra de su trazo y su veneno,
hecho de tinta,
amargamente espeso y lento.


Ahora pienso tu nombre y es alcoba,
o prisión enjaezada en el deseo,
tal vez luz que despacio se derrite
en el recuerdo.



 

sábado, 7 de marzo de 2009

Cada poema

Cada poema: acercarme al secreto, al recuerdo y al espacio que llenas, aun en silencio. Tomar una fotografía de mi mente, de la manera como echabas tus brazos de repente a mi cuello y sonreías. Cada poema, un momento robado a la muerte y al olvido. Sube del verso un perfume de viento y de metal lejano, por el camino en tiniebla del pasado, y es un paso que me devuelve al rumbo y al destino, a toda esa compacta sensación de haber nacido solo para poder mirarte, para escuchar tu voz y besar, después, siempre, tus labios.


Para qué otra cosa, si no, para qué, después del latido enfebrecido, de la carrera para encontrarte arriba, arriba, junto a la boca de metro. Y cada persona al subir la escalera borraba con su gesto ingrato tu imagen deseada, la espera y la esperanza, cada momento vacío y denso, necesitado de muerte y del nacimiento del nuevo instante, que enseguida erige el deseo y la mirada, hacia el vacío, hacia el espacio, usurpado por rostros ajenos, desconocidos, rostros de arena frágil y borrosa. Hasta que tú surgías.


Y entonces, cómo evitar, cómo impedir que las palabras se agolpen y no puedan contenerse sino en la sonrisa, desembocar en un breve hola, qué escaso disimulo para toda esa marea que sube poderosa en apenas llenarse de tus ojos, apenas absorber aún a algunos metros toda la bocanada llena de tu sonrisa y tu saludo. Y apenas en ese entonces ya no hay sino el refugio oscuro de las bocas, el sigiloso canto tácito del beso, ese minuto en que toda la vida se convierte en agonía, en lucha de miel y de niebla, en combate dulce contra el tiempo que parece, que se queda por un momento derrotado.


Cada poema extrae del pozo agua ennegrecida y musgosa, agua muerta, y la vierte sobre recuerdos vivos, para mojar la luz y envolverla dentro del eco siempre equívoco de la palabra, territorio de todos y de nadie. Porque no hay modo de sentir ya sino en la resonancia, en el recinto oscuro y placentero de la memoria, suavemente lleno de la caricia de la voz dormida, del ritmo y del verso. Y sobrenadar la cruel espuma de la vida, su oleaje, meciéndose de retorno y de ocaso.


 

miércoles, 4 de marzo de 2009

Carpe diem

Sobre ti impondrá el tiempo manos negras,
silencio lacio y seco, ruina ausente,
sobre la latitud de tu sonrisa
una bruma de nada derramada.

Y es por la escala secreta de la muerte
por donde trepan pasos fríos
a la cima auroral de tu semblante.


Deja que aliente viva en las palabras
la mano de mi amor presente y cálido,
el eco de crepúsculos perdidos,
la voz que asciende
laboriosa al cenit de tu deseo.

Deja el sabor a espada altiva
de tu cuerpo prendido entre mis labios.
Pon en mi boca ahora
todo el hierro mortal, dulce y helado,
toda la luz voraz que ha de matarme.