viernes, 7 de marzo de 2008

Cálido fin

No existe frialdad.
Es el destino,
la exigente ambición de tu mirada:
luz de tenacidad,
de plenitud abierta, roja.
Luego convocas
para la cartografía de tu cuerpo
el viaje de mis labios concienzudos:
ebriedad, temblor meticuloso
que vierte cálculos y cotas,
vientos de fuegos empapados.
Hilvanar, después, se hace preciso,
suavemente morder,
pespunteando el hábito,
la vestidura, el atlas vivo
de tu erizada piel.
Hundiendo huellas,
verdugos enhebrados,
por montes y por grutas
por la humedad tejida de suspiros.
Para que enteramente
cobre relieve, movimiento
el mapa de tu desnudez hospitalaria.
Y gimes, y destruyes
el tiempo en mil cristales dulces,
en fragmentos,
heridas de placer,
sombras
secretas, requemadas.




























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