Da la luz, por favor,
pon en sombra
la muerte y sus espejos,
la ruina de los dioses olvidados.
Ponme tus ojos
como brasas delante de los míos.
El esfuerzo rojizo
del pudor que te prende en la mejilla.
Y háblame de ausencias,
de mares rotos, vinos, lo que quieras.
En todo caso,
mueve tu voz, como una danza
por la piel ambiciosa del recuerdo
y del deseo.
No te calles, por Dios,
dime tus cosas, no te calles.
Que me siento volver con la marea
de esta luz y estos ahogos
a la espera, al amor,
a la aurora inexperta de mirarte.
Sacro- oficio de llevar ese fuego el poder ígneo ... más puro , sin esperar nada . Da ... la luz ....
ResponderEliminarGracias por compartir sus poemas .
Un poema intenso y medido, pulcro, sin cas, con mucha poesía. Esta línea depurada tuya me gusta, Benjamín. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias a ti, Rosna. Siempre.
ResponderEliminarY Octavio, ahora escribo de esa manera, manchando el poema de lengua cotidiana, por ver si así los versos extrañados se perciben más, resaltan, a la vez que conviven con sus hermanos vivos. Que disuenen o suenen bien juntos los libros y las bocas. No siempre es fácil armonizar cosas tan dispares. Y la sorpresa es enorme cuando ves que en realidad la poesía no nace del linaje, sino de la perennidad con que un dicho se instala en la música y en el sabor del verso, cualquiera que sea la cuna. Eso me haces pensar. Y me obligas a darte, noblemente, también a ti las gracias.