miércoles, 4 de junio de 2008

Actium

Eres mortal, recuerda. 

Siguen tus ojos,  

entumecidos, 

la peregrina máscara de sangre 

que hunde por fin el sol tras las Columnas

de Heracles. Sobre las aguas

aún adivinas, como espectros,

memorias de los rostros que veían

al caer los soldados moribundos.

Zambullían los brazos extendidos

por atrapar vibrantes espejismos,

cuerpos vacíos fantasmales.

Y entre sueños de triunfos,

tendías tú a los astros esta espada,

‘la victoria es de Roma’

era tu grito,

y tu oído bañaba, imaginado,

el ansiado bramido junto al Tíber, 

–eres mortal, recuerda--

rugidos de la plebe enfebrecida

devorado ya Octavio

por las hambrientas hienas africanas.

Tu misma espada, sí,

la que el destino apresta

a abrirte las entrañas, sostenida

por el fiel Lúculo. A la Reina

la rodean sin duda las Erinias

de su hermano, o de tantos...

Siempre la sangre, cónsul,

se entrevera en la púrpura

y extiende

una marea seca de venganza

que marchita las rosas florecidas...

Un salto, nada más, es un instante apenas.

Mientras el sol recuesta

su cuerpo en la copa en que dormita,

toma impulso, y acaba. Ha de beber Egipto

tu sangre de patricio. A tu recuerdo,

aun tras el abandono de los dioses,

ya no lo alcanzará jamás la muerte.




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