domingo, 24 de febrero de 2008

Hablar, contigo

Por dentro de la vida, de su entraña
sutil y transitable me acaricia
la soledad, pausada y dulce,
la leve terquedad de recordarte.
Es un trayecto en nada rectilíneo,
una canción de sendas sin señales,
trenzadas en el laboratorio frío de los mapas
que aplican en la piel dudosa
cremosas profecías.
La soledad, decía,
sus manos, el destierro
extienden por mi cuerpo tu recuerdo,
una capa que espesa sensaciones
sonámbulas y cálidas
que suben a los labios
su marea de lunas ambiciosas.
Podría denominarlas,
si tú quieres, si me dejas,
memorias obedientes a tus dedos.
Es que no es fácil que se encajen,
perdóname, mi amor desposeído
y tu silencio hondo,
si no es al contacto demorado
de versos que me palpan
como entonces
tocabas con tus manos mi deseo.
Ungías con palabras elegidas
el corazón, hambriento de tu boca,
el oído que ansiaba
la embriaguez de los labios en su pugna
de fragor y sonidos acuosos.
Era sencillo amarte,
escribir por la noche de los besos
que dolían tibiamente
en la boca inundada de palabras.
Solo la oscuridad ya funde
la soledad silenciosa,
las caricias de entonces, las palabras
ahora encaramadas en las luces
de tu amor, que me impregna los minutos,
la calma que impacientemente
me acaricia, como un beso
de interminable despedida.

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