Nos persigue el ayer, la sombra escasa,
la máscara sin rostro,
la mueca vacía y el desprecio.
Contamos, en cambio, aún,
y es un consuelo inexorable,
con toda la muerte por delante,
con la fiel, serena y piadosa Muerte.
Hermana Muerte, envidio tu prestigio
de paciente esperanza y de firmeza.
Quiero rezarte ahora,
alzar el cáliz oscuro de mi voz
como un vino cuajado y perezoso.
Hermana Muerte, bebes la sangre
espesa como lava,
bebes hasta las heces los pecados
que rebosan los vientres insurrectos.
Devoras el ardor de las palabras
asfixiadas, abatidas,
de todas las plegarias que consumes.
El dulce licor de nuestra vida
te emborracha felizmente;
y roncas satisfecha, como un cíclope
en tu cueva de sombra ineluctable.
Hermana Muerte, te ruego humildemente
que permitas que cargue todavía
el arma de fuego de esta vida.
Que escupa los deseos, proyectiles
de trayectoria sorda y venenosa,
que reviente la tripa del pasado,
del obeso pasado, renqueante,
monstruo de soledad infatuada.
No te olvides que siempre
reservé mi existencia para darte
tu alimento tan justo y necesario.
Que soy tu siervo y vivo
solo para besar en la agonía
tu boca de negrura decisiva.
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