Nos persigue el ayer, la sombra escasa, la máscara sin rostro, la mueca vacía y el desprecio. Contamos, en cambio, aún, y es un consuelo inexorable, con toda la muerte por delante, con la fiel, serena y piadosa Muerte. Hermana Muerte, envidio tu prestigio de paciente esperanza y de firmeza. Quiero rezarte ahora, alzar el cáliz oscuro de mi voz como un vino cuajado y perezoso. Hermana Muerte, bebes la sangre espesa como lava, bebes hasta las heces los pecados que rebosan los vientres insurrectos. Devoras el ardor de las palabras asfixiadas, abatidas, de todas las plegarias que consumes. El dulce licor de nuestra vida te emborracha felizmente; y roncas satisfecha, como un cíclope en tu cueva de sombra ineluctable. Hermana Muerte, te ruego humildemente que permitas que cargue todavía el arma de fuego de esta vida. Que escupa los deseos, proyectiles de trayectoria sorda y venenosa, que reviente la tripa del pasado, del obeso pasado, renqueante, monstruo de soledad infatuada. No te olvides que siempre reservé mi existencia para darte tu alimento tan justo y necesario. Que soy tu siervo y vivo solo para besar en la agonía tu boca de negrura decisiva.
lunes, 18 de febrero de 2008
Oración
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