Busco, en silencio,
la piel que extensamente ofreces.
Te palpo, te dibujo
tu cuerpo;
recorro tu textura,
tu vello, como el trigo,
que se humilla obediente, y ya se ensalza,
al viento enamorado de mis manos.
Contemplo, complacido,
el gesto grácil de arquearte,
mientras sonríes,
para que te desvista por completo.
Es hermoso que surja
la desnudez primera, el mapa indómito
del placer mineral,
la locura febril de mi deseo.
Y es unión y es abrazo
de los sexos que alcanzan la abundosa
sensación de dorados estallidos.
Y de calma se empapa, luego, el aire.
Y recobra la tarde sus minutos,
el fuero, ya olvidado, de otro tiempo.
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