martes, 7 de octubre de 2008

Ulises, en su lecho de Itaca

Quizá fue solo un sueño. Aunque la sangre
resbalara en tus manos y extendiera
su perfume de sombra espesa. Piensas
ahora, densamente, en la marea
de rostros descarnados, sin memoria,
en sus muecas de angustia y sed oscura.
Si verdaderamente no fue cierto,
si no viste vacío en las miradas,
en las bocas, entonces, dime, Ulises,
si no viste ni el rostro de Tiresias,
dime cómo es posible que tu nave
fondee en el vinoso mar de Itaca.
Que tu esposa rebose con sus labios
tu cuerpo de placer y de deleites.
Y la sangre que impregna
con acre tozudez tu olfato y que el perfume
de Penélope hunde en un vahído
de mortal acidez, ¿no es acaso
el trofeo, el valor de tu venganza?
Has derramado tu simiente
en su cuerpo, maduro y olvidado.
Es ahora cuando empieza el sueño,
palacio de memorias y temblores,
de silencios y sombras movedizas.
Ciegas al cíclope 
de nuevo, sientes su sangre, 
sí, viscosa,
por tus dedos, tensas el arco
y, tantas veces, disparas. Disparas
y oyes,  tantas veces, estertores
de agonía. 
Por qué no fue posible
navegar para siempre entre la espuma
de la mar calma y venturosa,
soñar, definitivamente,
la muerte dulcemente entre las olas,
o entre los brazos, nacarados, de Nausícaa.



4 comentarios:

  1. Madre mía que inculta soy, no entiendo nada.
    Pero, me gusta que esté inspirado y escribas tanto.
    Um besotote fuertotote.

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  2. ítaca nos espera a todos
    pero a veces nuestra penélope
    acabó el ovillo
    y se enredó de mala manera

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  3. Aún menos entiendo ese comentario, Eduardo

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