domingo, 28 de enero de 2007

Ángeles sin guarda -Irak, 2003

¡Dejadme llegar, dejadme,
entre el fuego de Bagdad,
dejad que me acerque ahora
hasta esa cuna mortal!

Pedacitos de metralla
coronan la frente y dan
a su angélica agonía
un estigma de maldad.

No bastan siquiera miles
de lágrimas que se van
destilando del gotero
hasta sus venas calar.

¡Tanta sal de asepsia fina
no le puede remediar!
No alcanza a quitar la pena
su silencioso final.

Con el vientre así desnudo
henchido de hambre y de mal,
me mira desde la hondura
del llanto y la soledad.

¡Quiero besar esos ojos
cuando los cierre, al dejar
que por la boca se escape
el alma que le dio Alá!

¡Quiero abrazar ese cuerpo
pequeñito y apretar
en mis manos extranjeras
cadáver de mazapán!

Que un sudario blanco arrulle
sus ojos de oscuridad;
que una diminuta fosa
le deje por fin soñar.

Mas desde el cielo las bombas
abriendo en el suelo están
infiernos de negra sangre
donde ángeles sepultar.

Ay, general, esas tumbas,
¿habrán después de alojar
entre huesos de juguete
cimientos de libertad?

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