domingo, 28 de enero de 2007

CUATRO SONETOS DE LIBRE AMOR (1-3: 2004; 4:1984)

I

A ti, la más hermosa de las reinas
que desde lejos besas, tan lasciva;
con tus dedos me enciendes y despeinas,
la princesa frutal, la vil cautiva.

La usurpadora azul de mi recuerdo,
la más canalla de las santas puras,
pecadora que ríes, si te muerdo,
que te enciendes y exaltas, si me apuras:

No dejes de leer, vivir, vivirte,
no dejes de quererme y destrozarme,
no dejes de pecar, tan virtuosa;

Que te quise y te quiero por golosa,
por malvada, por fiel, por abrasarme.
Te querré y no querré... ni redimirte.

II


Si mis ojos lloraran con tus lágrimas,
si vertieran por ti tu propio llanto,
si manaran tu sal, llena de almíbar,
si llovieran el mar de tu quebranto;

Si tu dulce sonrisa se subiera
a la montaña de mi amargo exilio,
si trepara enredándose en mis dientes,
si en mis ojos volara tu delirio,

Qué pudiera decirte, qué negarte,
qué implorarte o pedirte, qué exigirte,
habitado por fin de tu hermosura.

No tendría más cárcel que tu olvido,
otro pan que tus ojos, otro ayuno
que no ver tu silencio amanecido.

III


Te rejonea el sol en la mirada
aguijones de cándida amargura,
por ver que tu perfecta galanura
alegría revuela almibarada.

Cual acerbo rival, la estrella airada,
que al ocaso se encela, te procura
con doliente rencor y envidia oscura
su venganza punzante iluminada.

Mas rinde al fin la clara y poderosa
fulgente lanza ante tus pies. Recelo
de infinita negrura deslucida,

si al punto no amaneces victoriosa
los ojos sobre el mar, el tiempo, el cielo:
tu luz contra la muerte anochecida.



IV



Me recuerdan tus ojos cuando el mar se adormece
coronado en la noche por dos negras gaviotas;
y tu rostro tranquilo, que al mirar se entristece,
una luz que temblando se muriera en las olas.

Me recuerda tu ocaso como un sueño de ausencia:
se diluyen tus labios y te puebla el silencio.
Cada vez más distante, más oscura, te alejas
y el cabello, olvidado, va besándote el viento.

Mas de pronto despiertas y en tu rostro amanece
una aurora infinita que traspasa las horas,
espantando esa ausencia, anunciando tu adviento:

como el mar se embravece, así mi alma la siento,
sin cuidarse de sí, aunque nocturna te añora,
prometiéndote amor, más, si cabe, en tu muerte.


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