domingo, 28 de enero de 2007

Luminosa nieve sin nombre (2003)

Ya no alcanza tu nombre a asomarse a mis labios sedientos.
Y no brota de nuevo su luz entre cantos de sangre y de gloria.
Vela el viento cansado su danza de giros pausados;
las aguas no recuerdan zambullidas de cuenco impaciente.
Si pudiera tan solo con mis versos de sombra y de lluvia
acunar el silencio dormido en tus manos cubiertas de nieve.
Si tuviera mi angustia y mi canto la redoma secreta
del aceite que llora y destila tan áureos arroyos por verte,
por ungir de silentes reflejos la desnuda indomable caricia
que tu piel le destina a la aurora divina de rosáceos dedos.
Oh desnuda doncella, qué lasciva reposas lacrando
tus dos labios en broche difunto y oscuro y callado.
Una imagen que basta a adorarte y a clamar desde hondo,
a pedir redención de tus besos que mezclen dulce opio y locura.
Una luz que traspasa y desgarra corazones sin pálpito,
que no arrojan la roja riada por el cuerpo incendiado.
Ven a mí, desempiedra tu voz y tu aliento de fúlgido humo;
quema el aire que ablanda tu inmediata silueta y tersura.
Y bendita tú seas entre toda criatura por nacer o nacida,
por morir o caída a tus plantas puras de miel lujuriosa.
Nombre dieras al tiempo, nombre al viento que ronda y sucumbe
entre ayes y aullidos siniestros, lejanos, sin cubil, amor cierto.


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