domingo, 28 de enero de 2007

De 1984

La pasión me enajena como un nido de muertes amarillas
Se disuelven los actos en la idea rosada idolátrica
En tanto que azucaradas Azucenas azules me cercan
Para no oír el rápido resbalar del tíempo oscurecido
La pesada consonancia de los reproches continuos
Perseguidores eternos del hombre dormido en su propia sangre
En un charco con muy alta tasa de alcoholemia inmarcesible
Con repugnancia adivinada en la soledad del ánimo tranquilo
Que descansa solitario en la tumba del sueño rosado
Mientras rozan el aire ululantes las cortinas negruzcas
Y llueven tremendas las desdichas amortajadas en ropas oscuras
Estéticamente atisbadas en la lejanía del dolor último
Restallante como ácido carbónico en el cerebro disuelto de olvido
Al todo emprendido entre capelos cardenalícios iluminados
Con miniaturas recogidas de incontables reminiscencias
Pesadamente caídas hacia un centro inviolable de ausencia
Como un fuego raspado del ronco raíl del tren marchante
Como ostras que ocultan hostias ardientes sin consumirse
Y un latigazo en el interior anochecido vibrante
Porque no estaba tu imagen siempre riyente
Siempre pensante por fuera de sí y hacia el viento
No me digas que existe la muerte que no he de creerte
Refutas la cadena pesada del argumento lascivo
Amaneciendo cual doble quebranto del odio a mí mismo
Mismando la angustia y el silencio marítimo
Con la rauda carrera del corzo vulnerado que despierta
El seso dormido y aviva el recuerdo juguetón y llorado
Cómo te lo he de decir para que entiendes cómo salpica
La vida de tu alma siempre quemante y evidente
Cómo sobrepasar la barrera del resquemor constante
Mas de plata viciada por la carnal presencia
No apartes de tu mente celeste el monte
Que al cielo llegar quiere con su cima ululante de cedros



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