domingo, 6 de mayo de 2007

Al modo de Garcilaso, para Ella

En la quietud del alba

nacientes resplandores mil teñían

rosada luz y malva

al cielo, y extendían

el canto de las aves que venían.


Las aguas dibujaban

un rastro de susurros derramados;

los árboles lloraban,

entre los verdes prados,

consuelo por la brisa acariciados.


Y el ganado llevando,

sonríe en sus dolores Nemoroso,

mientras el sol, alzando

su rostro primoroso,

se erige en la mañana cual coloso.


Bajo un haya frondosa,

reposo busca el buen pastor e inclina

el cuerpo y presurosa

zampoña gime y trina

Filomena su dulce envidia fina.


“¡Oh ninfa, fue tan breve,

el canto de tu voz enamorada,

y delicada y leve,

su música callada,

que tengo el alma yerta y desgarrada!


¿No pudiera el acento,

con que decir solías si te amaba,

rebrotar y al momento

mi corazón brincaba

y en mieles de sonrisas se inundaba?


¡Tanto puede la muerte

que aun vivos nos destierra de abrazarnos!

Y mis ojos de verte

hambrientos y de amarnos

con lágrimas de fuego van a ahogarnos.


En estos mismos prados

corríamos gozosos a porfía,

de flores coronados:

si tu espalda veía

un beso te robaba y me reía.


Tus labios, tan dichosos,

bebían en los míos la locura,

y luego, codiciosos,

tus ojos con presura

robaban en mis ojos tu figura...


Y plenas las estrellas

los cielos con sus luces tachonaban

de albores, y tan bellas

auroras estallaban

que miles de mañanas inventaban.


Dormían nuestras bocas

del beso aún incendiado embravecidas;

y respiraban, locas,

en sueños retenidas,

ansiando mil desvelos y mil vidas.


Mas el viento ya mece

las sombras de los árboles oscuras

en la quietud y crece,

pues mi morir procuras,

la noche y desparecen las figuras.


¡Si en el cielo te viera

del llanto ya saciado y te abrazara!

¡Si tu sombra siguiera

mi sombra y te alcanzara

y en gloria con los labios te besara!


¡Viviera eternamente

en tus brazos por fin santificado!

Y dulce, lentamente,

entre ángeles fijado,

dichoso en esa cruz fuera clavado!”


El sol ya distendía

el arco de sus rayos deslucidos.

Y Nemoroso, el día

extrañando, rendidos

sus pasos al redil guía perdidos.

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