martes, 15 de mayo de 2007

Nietzsche: visión


Como ave que eleva su misterio

desplegó Zaratustra el viento de sus alas,

los ecos del pasado y del recuerdo,

transformados en luces

de fuego y de misterio.



Y clamó en el desierto. Y aunque el polvo

resecó incandescente la garganta,

y aunque la multitud de ojos hostiles,

por escarnio lo iban escrutando,

no doblegó la voz, no silenció la muerte,

no se enterró en excusas y donaires.



Celebró la eucaristía de los fuertes,

la comunión de los excesos exaltados,

el ágape de voces que enardecen

a la vida acogida con los himnos

que a los dioses abrazan y a la muerte.



Consagró la existencia que consume

su transcurso igual que una bengala,

la soledad sonora donde el hombre

a la naturaleza quiebra y le da muerte.



Tal la vida, un cadalso de la espera,

patíbulo de compasiones y perdones,

estandarte de sangre que desborda,

que derrama su savia sembradora.



Y partió, exhausto, enardecido,

hacia la cumbre, cual si un nido

buscara de su propia desmesura,

su superior esencia, su impaciencia,

su no servir más amo que la vida

que aletea incansable en las entrañas.

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