Sabotaje es amarte que detona
la callada paciencia acostumbrada.
Requisar al reloj tejemanejes,
su gotera de instantes laboriosos...
Maquinar es quererte la emboscada,
latrocinio, despojo, y es latido.
Inexorablemente: hurto y beso,
evocación, plegaria. Y albedrío,
que libremente se emborracha
de destellos negruzcos y arreboles.
No hay cadalso en que expire,
fosa común en que blanqueen
sus huesos vorazmente criminales.
Cabalga entre las tumbas y espolea
la aquietada y mortal geometría.
No hay descanso ni paz; ni luto
que amortaje el abrazo y tu sonrisa,
que sepulte tu lengua y tu saliva,
el proscrito manjar que da tu boca.
No termina el amor con un edicto.
Se echa al monte y escapa, reincidente,
para asaltar tus ojos con mis versos
bandoleros, mentidos, fugitivos.
Amarte es, así pues, robarte el alma,
tu espaciosa y frutal algarabía,
sin captura posible ni sentencia.
Ah, cautiva y rehén, mi propia alma,
carne, hueso, suspiro, idolatría,
herejía, inocencia, culpa y sangre:
Me entrego por tu amor, reo de muerte.
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