viernes, 4 de abril de 2008

Carta de amor y pérdida

Desde el fondo más íntimo del tiempo, en su hondura suave, remota, desprovista de centro, espacio y orden, la música de tu amor iba durmiendo, toda la eternidad previa a nacer, soñando el despertar en que habría de derramar su armonía secreta, como un ídolo extraviado, una deidad que aún no ha emergido al lugar del credo suficiente, que sin embargo le aguarda, pacientemente, en la casual chispa que nace del encuentro inopinado, seco como una llama, repentino, decisivo. Y es adoración lo que abruptamente crece, se desarrolla, frucitfica al compás del fuego que devora el silencio y lo impregna de calor, de edén que danza en la superficie de los minutos entusiastas, acogedores, sonrientes. Mas después, pasado el ardor, qué hacer con los abandonados objetos de culto, su orfandad, su misteriosa presencia que acumula la pátina del silencio de modo misterioso, lascivo, sordo, provocativo... Oh los ídolos: su concienzuda sombra se proyecta, como un ejército invasor en la memoria; sus uñas negruzcas se nos clavan, hondamente, excavando en la piel valles dolorosos, podríamos decir, valles de lágrimas, donde se pierde la necesaria mansedumbre del instinto. Su destrucción se acerca, su ocaso ensangrentado, rubescente, pero ha de triunfar el tiempo, de nuevo abierto de par en par a los deseos, a la glorificante sensación de respirar el placer puro de la vida, ese licor de seda que se enciende en la garganta, súbito resplandor, llama tejida de placeres movedizos, fecundos y henchidos, de gemidos como llantos, como instantes que rebosan su plenitud humilde y nos llenan de etérea libertad, de roja egolatría... De egolatría o silatría, adoración del tú, de Ti, del absoluto, tan presente aun en ausencia.

Mil Besos de

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1 comentario:

  1. Me encanta!! Acabo de encontrarte y te he leido entero....Espero mas. Un saludo.

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