sábado, 10 de mayo de 2008

Para velar a Rocamadour

Sabes, el mundo es dulce, pero también se rompe, se quiebra, tantas veces, en lágrimas llenas de silencio que mojan los labios y dejan un recuerdo de sal, y secan en un ahogo que camina por dentro del pecho. Como un gusano laborioso, esa tristeza se demora, y pasa la suavidad de su lengüita por la garganta pero más dentro, y va hurgando en el misterio del dolor y la memoria, y vemos el cuerpo, dulce, como el mundo, el cuerpo de Rocamadour sobre la colcha, dormido pero más dentro del sueño, tocando con los dedos quietos el rostro seco y tibio de la muerte, sus facciones, angulosas, acogedoras, que se quiebran casi en una sonrisa desde lejos, de golondrina y de ocaso. Miramos fijo ese cuerpo porque los niños mueren de otra forma, mueren toda la vida de golpe, como un portazo que destranca los sueños y los juegos, que descompone los tableros derramando en el suelo sorprendido alfiles y caballos, peones, torres, reinas, toda la blancura de las preguntas y la solución de las respuestas negras. Y en ese entonces ya la dulce caída del llanto ha labrado el surco salobre de la angustia sobre las mejillas, y nomás volvemos a mirar el cuerpo, y queremos darle los besos de mañana y de los años rotos, coserle en la memoria ciega un bordado de pasteles y de abrazos, de luces y de amores, ahora que sabemos que no, que no lo alcanza ni tan siquiera el sollozo de loba de la Maga, que ciega todas las fuentes, apaga todas las risas, que ahoga el alma con una enorme manta, tan negra y pesada.

1 comentario:

  1. Hoy, veo la luz, intuyo la esperanza, vuelvo a sentir el amor, sólo me ha bastado mirar a mis niñas preciosas a los ojos, ver su transparencia, ver su inocencia, percibir su amor.
    Eso me basta.

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