De ir y venir se sacia el tiempo
como una fiera hambrienta que en su boca
engulle los recuerdos luminosos,
las anchas avenidas arboladas,
el espacio fugaz de una sonrisa.
Se sacia a veces y detiene
su paso y nos observa taciturno.
Espera acaso
que de nuevo encontremos un camino,
para satisfacer después su gula,
colmándola de logros, tentativas,
vacíos, sequedad, o puro abrazo.
El tiempo, como un monstruo concienzudo,
atesora en su oscuro laberinto
un rencor trabajado y esperanzas
que se tejen de sombras y oquedades.
Alimentamos obedientes
su panzuda conciencia y su misterio.
La complicidad que traba
secretamente con la ausencia.
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