Detén la brisa, amor,
detén su espacio vivo y su amargura,
su caricia arrasada,
su memoria,
su desgastada fuerza y su susurro.
Detén la voz, la suave voz que me rodea,
como una vestidura, y desfallece,
se disuelve en el aire
y se apaga
fértilmente acallada, febrilmente.
Detén el curso, la marea, el movimiento,
detén la vida misma, o bien la muerte
deseada,
que nada quede ya, solo palabras
escritas en los labios,
en las bocas,
en los surcos de amor deshabitado.
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