domingo, 11 de enero de 2009

Cantos de Orfeo

I


"Imagina el deseo,
cómo abrazar la luz,
besar el viento,
trepar por los instantes
como la sombra, deslizarse
por la quietud suave de tu piel.

Ordenar los apuntes que tu boca
dibujaba en el cuaderno
abierto de mi boca.

Sepultar el cuidado,
la cordura,
secundar al estío en la presencia
calurosa del día imperativo.

Cubrir tu cuerpo
con los brazos del viento,
los labios de la luz, las vestiduras
que amortajan el sueño y te recobran
mujer para el amor en carne viva."

Eurídice soñaba, sin embargo,
por la estela de seda del veneno,
un rumbo de crisálidas y olvido.
Por dentro de sus ojos
cerrados y desnudos
apenas era sombra el beso. Y qué hermosas,
oscuramente hermosas,
las riberas de Aqueronte,
florecidas de lotos.


II

Acaso el rastro solo,
la carencia
que transmite el vacío de una huella,
la mitad siempre oculta de la vida,
era cuanto buscabas en el Hades.
Conquistar, no su cuerpo,
esclavo lacio del olvido,
sino los límites esquivos
que la ausencia,
borrada de recuerdos y de alma,
prometía a tus sedientos ojos
no de amor, ni de vida,
sino del rostro de la muerte.
Un temblor de pavor y de deseo
enredaba tus dedos en las cuerdas,
ahogaba tu voz
cuando miraste.
Y ese instante
te heló la garganta
y la memoria misma. Las palabras
que brotaron entonces te cegaron
con el don extenuante
de la agonía, versos turbios y densos
como un oscuro océano de sangre.
Sentías en los labios
la miel reseca de su boca,
embriagado de amor
y de la sombra,
ahora que ya no eras otra cosa
que la imagen lasciva de su huella.

Traigo de otro espacio mío estos poemas, de hace ya algún tiempo, quizá porque en este momento me parecen especialmente en armonía con ciertos sentimientos, aun en una leyenda ajena entretejidos.

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