sábado, 24 de febrero de 2007

Tardes de recuerdos

A veces el recuerdo se viste de soledad y de ausencia, de sequedad en la boca y en el corazón lleno de cenizas. Y sin embargo la llama alienta, escupe sordamente pequeñas volutas de humo que prenden de repente en los latidos ardientes del alma. Se incendia el tiempo, la soledad arde como una hoguera espaciosa y generosa, preñada de chisporroteos y locuras, de violentas sacudidas de amor y de sombra, de luz y de pasión infinita. Y es cuando crepita la zarza incombustible de la imagen de tus ojos cuando ya no puedo sino desvestirme de apariencias, de soledades y recuerdos, cuando ya me fundo en la presencia relampagueante de tus besos, del sabor tenebroso y dulce de tus labios, de la locura sin fin de abrazarte y olvidarme de todo y de mí y dejar que los ojos que me miraron y me miran desde el recuerdo me inunden definitivamente de felicidad y de dicha y de gloria. Derramada ya, vive la gracia, por todo el corazón, por mi vida inmortal en el instante del beso.

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