Hay brazos que se enlazan
con tal amor a nuestro cuello,
y ojos que nos ríen
tan plenamente, como astros,
que apenas puedes ya vivir cuando se ponen
más abajo del mar adormecido,
cuando deshacen
su abrazo de promesas infinitas.
Mas es preciso renombrar las cosas,
fundar de nuevo paraísos con palabras
que desatan
el hechizo encerrado en la redoma,
en los ojos abiertos como estrellas.
Y esperar, desear que los cuerpos enredados
nunca rompan su atada melodía,
su ambiciosa querencia de estrecharse
en el beso jugoso de las bocas.
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