Hay alas que susurran sus vuelos, como aguas
que levemente fluyen de tersos manantiales,
y expanden su quietud tensa y majestuosa
abrazándose al viento invisible y suntuoso.
En las almas nos brotan, como llantos de plumas,
cuando el beso zambulle su humedad silenciosa:
navegamos los cielos y en un mar de salivas
acometen las lenguas sus dulces abordajes.
Luego el sol nos inunda en resplandores de fuego
que derriten el sueño de los ojos velados,
y caemos al suelo sonrientes como ángeles
que han gozado en la carne luminosos naufragios.
Y nos hierven los labios como flores que rezan
la amorosa plegaria que zozobra en el aire:
tal un barco agitado que en las olas dibuja
letras blancas de espuma leídas por los dioses.
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