domingo, 15 de julio de 2007

Después

Después de tantos sones de guitarra,

de tantas noches demorándote

en los labios de Scherezade,

no puedes retrasar ya la partida. Has de ponerte

en pie, como un triste soldado

que apresta su fusil y asalta,

sin convicción, mas valerosamente,

las lejanas trincheras enemigas:

y siente las ansias de la muerte

en la reseca boca sepultadas.


Has de mirar el gesto amargo

de los fantasmas amigables

que ni siquiera

arrastran ya sonoramente las cadenas.

Y alcanzar algunos frutos

que en las ramas esperan tu descuido,

tu indulgente mirada desviada.

Destemplar el silencio

silbando, casi inaudiblemente,

las canciones

que marcaron recuerdos olvidados,

incapaces ahora de invadirte

con el violento oleaje del deseo.


Llegar, quizá te lo preguntes,

no es absolutamente inevitable.

El sendero, en cambio, sirve

para seguir bebiendo,

con la sed trabajada del camino,

los tragos codiciosos de la vida,

su delicioso vino de desdicha.


Y un día, sencillamente,

te acostarás en el lecho de la muerte

con un cansancio noble y enigmático,

entre rasgueos de guitarras.

Tal vez con los ojos y la boca

algo entreabiertos,

por retener, quién sabe con certeza,

algún vestigio de luz,

alguna sonrisa amante entre los labios.

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