En mis párpados, hada,
cuando duermo, me tejes
bellas sombras de espejo,
que tus ojos reflejen.
No abriría los ojos
nunca más, por tenerte
en tan bella mortaja
de silencio y de nieve.
Porque el sueño descansa,
hermano de la muerte,
en ropajes de engaño
delicados y leves.
Mas el sol envidioso,
cuando al fin amanece,
difumina tu imagen,
tu mirada celeste.
Me resbala una lágrima
como fuego impaciente,
que tu risa de hielo
distinguir me parece.
Y es la noche mi día
cuando sueño tenerte;
y es el día mi noche,
porque vuelvo a perderte.
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