La plenitud del beso, la desbordada pugna de las bocas. Las manos que transitan, infatigablemente, los espacios tangibles del deseo. Las palabras que esperan derramar su veneno en el oído. Las lenguas que deslizan, como peces furiosos, cuerpos húmedos, presos en la lucha. Y el aire que rebosa hirviendo el pecho en fuegos de ansiedades. Los ojos que devoran los ojos contemplados y dilatan sus luces embriagadas. Y por fin los silencios que rompen en tequieros expirados, de amores habitados, de dulces agonías, de risa y de promesa, enloquecidas.
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