La plenitud del beso,
la desbordada pugna de las bocas.
Las manos que transitan,
infatigablemente,
los espacios tangibles del deseo.
Las palabras que esperan
derramar su veneno en el oído.
Las lenguas que deslizan,
como peces furiosos,
cuerpos húmedos, presos en la lucha.
Y el aire que rebosa
hirviendo el pecho en fuegos de ansiedades.
Los ojos que devoran
los ojos contemplados
y dilatan sus luces embriagadas.
Y por fin los silencios
que rompen en tequieros expirados,
de amores habitados,
de dulces agonías,
de risa y de promesa, enloquecidas.
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